sábado, 19 de marzo de 2011

diario ABC- ARTES Y LETRAS- PINTANDO UNA METRÓPOLIS DE ENSUEÑO (26. 02. 2011)


Liberado de la gravedad y la antropometría de los espacios, presenta David Pintor su último cuaderno de viajes: “Compostela” (Kalandraka, 2010), libro que recoge la mirada personal del autor sobre la capital gallega con un estilo naïf y onírico

Avivando un agradable sabor a café abre uno este libro de David Pintor. Y, efectivamente, se disfruta plenamente con el aroma de esta bebida tal y como recomienda el autor. “Compostela”, último cuaderno de viaje publicado por el dibujante gallego, presenta 33 ilustraciones en formato apaisado que captan la visión personal de los lugares más emblemáticos de la ciudad que da nombre al libro: la plaza del Obradoiro, la cafetería del Hostal de los Reyes Católicos, el arco de Xelmírez, la Catedral de Santiago, la Capilla de San Francisco, la Facultad de Periodismo, la Avenida Xoan XXIII, el jardín del Hotel Costa Vella, la calle de las Campanas de San Juan, la calle Jerusalén, la Plaza de la Quintana, la cafetería Literarios, la plaza de los hermanos Gómez, el Centro Galego de Arte Contemporánea, el parque de Bonaval, la plaza de Fonseca, la plaza de la universidad, la plaza de Mazarelos, el arco de Mazarelos, la cafetería Derby, la rúa Nova, la rúa do Vilar, el callejón Entrerrúas, la travesía del Franco, la Puerta Faxeira y la Alameda.

Las ilustraciones panorámicas a doble página exploran los cotos del centro compostelano reproduciendo no solamente la euforia de los grandes espacios, sino también vaciando de personas la atmósfera santiaguesa. Si bien uno de los significados de la palabra ‘espacio’ es el vacío, el espacio exiguo se ve casi automáticamente como un espacio lleno. Así, las calles y plazas aparecen despejadas y sólo el propio autor pasea libremente por estos escenarios naïfs, libres de cualquier sombra extraña, llenándolo todo. Un dandy valleinclaniano de sombrero y bufanda dibuja en su cuaderno los paisajes coloridos que se le presentan bajo una constante lluvia dorada de hojarasca con forma de corazón. Unas estampas que dan una representación opuesta a la estereotipada por el tiempo. La Compostela de David Pintor no es la de los peregrinos, la lluvia o el santo, sino la ciudadela de trazo fino y apurado, de colores apagados y manchados, que evocan unas dotes de observación ciertamente ensoñadoras. Las anotaciones en el cuaderno de viajes captan una experiencia sensorial que algunos tildan de realismo mágico, pero que no deja de ser de una imaginería profunda y desdibujada que proyecta una atmósfera suavizada. En todo caso el lector/observador se encontrará otra Compostela; una visión renovada y enriquecida (no por ello opuesta a la realidad), una ventana a través de la cual determinados escenarios que para otras personas podrían ser considerados como normales David Pintor los imagina oníricos y estrafalarios (limpio calificativo de todo carácter peyorativo), derivando casi en un diario íntimo de luces suaves y frías. La soledad paradójica que destilan las páginas se impregnan por la aparentemente sencilla ductilidad y calma que logra el autor, representando la ciudad antropomórfica en ese umbral del espacio imaginario y el espacio que habitamos. Da igual que sean las amplias plazas coloreadas como lagos o las superficies de los tejados que sirven para mecer hamacas que se abren a abismos de paradojas. El espacio representado en este cuaderno es la transición a la elevación artística de un espacio real, ya de por sí artístico.

El libro empieza y acaba con dos capturas desde diferentes ángulos del ‘skyline’ santiagués, formando de manera sutil una especie de cinta de Moebius que genera una última sensación en este paseo por la capital gallega: la de que uno se ha dejado atrapar por este espectáculo visual del que ya no quiere marcharse por temor a que la realidad resulte terriblemente aburrida y desoladora.

Diario ABC- ARTES Y LETRAS- NUEVOS TIEMPOS PARA EL PASADO (26. 02. 2011)



( versión digital en la web del ABC aquí )


Transtempo

Cristina García Rodero

La Fábrica Editorial

23 x 28.5 cm

256 páginas


Viene de ser exhibida en el CGAC Transtempo, de Cristina García Rodero. Una heterogénea exposición de más de 100 fotografías recogida ahora en este volumen que desnuda las raíces de una Galicia probablemente desconocida para los habitantes de las metrópolis gallegas, ciudadanos acostumbrados a discursos de pacotilla en boca de fulanas de realities, que no saben dónde empieza la lengua y acaban las raíces. Y se jactan de esa ignorancia. A ellos esta Galicia les resultará lejana, un reflejo de las novelas de Cunqueiro, Castelao o Blanco Amor, pero que tan pronto cojan en sus manos les abrirá la puerta que separa el pasado del presente. Les provocará una cierta reacción en sus vísceras. Un súmmum sensorial que sólo la fotógrafa de Puertollano podría conseguir. Cristina García ostenta desde 2009 el mérito de ser la primera fotógrafa española en ser miembro de la prestigiosa agencia Magnum, y a su metódico y acertado ojo une un único espectro emocional para configurar una trinidad con su cámara. La calidad de su trabajo es lo que la ha llevado a ese éxito profesional del que treinta años atrás, cuando empezó este reportaje, aún no gozaba. Sin embargo aquí está, tres décadas en el futuro, esta observación casi voyeurista de las sensaciones, ese juego de miradas entre la autora y lo enfocado que desprende la inocencia de lo retratado: una pureza concentrada que provoca estremecimiento. Aquí no encontrará el lector arquitecturas ni juegos visuales. La autora expone representaciones casi rudimentarias de momentos fugaces, de momentos que anudan el pasado, el presente y el futuro de la humanidad del oeste peninsular. Claro que hay simetrías y composiciones con juegos de luces y enfoques, pero son un envoltorio que no ocultan la verdadera intención de la fotógrafa: revelar los sentimientos del pueblo.

Decía el mes pasado en estas páginas que cada fotografía concentra una estimulación de los recuerdos que construyen nuestra identidad, pero después de pasear libremente por las imágenes que ha retratado Cristina, el barrido visual por las páginas de este “Transtempo” le produce a uno la sensación de haber ido más allá, de haberse adentrado en un curso de antropología social. Durante la observación de estas fotografías, aunque sea ésta una observación rápida, uno no puede dejar de sentirse ocupado por la hermenéutica de las imágenes lacónicas que va descifrando. Encontrar el ritual del entierro de un nieto por parte de una abuela, configurar circunstancias y lugares concretos a fiestas y romerías populares o asignar rostros a sujetos que en el subconsciente somos nosotros, son actitudes que provoca este compendio de la identidad gallega, este reportaje histórico de la idiosincrasia del país. Acertadamente señala Miguel von Hafe (comisario de la exposición) en su prólogo a la obra que, como artista, “Cristina García Rodero sabe que estos documentos no nos devuelven la realidad. No nos cuentan historias, no son ilustraciones de un relato particular. Se constituyen en un meta-relato, que recorre con precisión interrogativa un determinado contexto social y geográfico, que lo supera, lo desborda para regresar siempre a su lugar original”. Esta espiral que deambula entre lo que se puede clasificar como arte o reportaje tal vez evoque al observador una duda pueril: ¿por qué una foránea escarba en nuestros sentimientos y paradigmas? En mi caso esta duda resulta absurda; me limito a considerar el resultado de la obra en su conjunto, las razones intelectuales o existenciales de las que proviene la idea de buscar las raíces gallegas por parte de una oriunda de Ciudad Real pertenece a una esfera completamente privada que sólo le importa a la artista. Lo que sí me importa es que en las revisiones selectivas de esta obra, mi mirada apresaba las fotos en las que creía reconocer paisajes por los que solía pasear en mi infancia. Quizás con esa economía del estudiante universitario vago que sabe recorrer apuntes detectando únicamente los pasajes útiles para el examen, así me reconocí buscando esas imágenes que me evocaban a mi pasado. Y me llevé una sorpresa: prácticamente la totalidad de la obra sumergía mis imágenes mentales en las páginas y se superponían a las imágenes de Cristina.



 
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